domingo, 4 de septiembre de 2011

INDIGNADOS (SEGUNDA PARTE)

Hace meses abrí mi primera entrada respecto a todo el movimiento de indignación que se ha extendido como la pólvora por gran parte de Europa e incluso en algunos países árabes (junto con la denominada Primavera Árabe). 
He tardado en poner la segunda, porque la complejidad de la situación es tal que no estoy seguro de poder abarcarla correctamente de una forma un poco general. Pero allá vamos.

El mundo ha cambiado desde esa primera entrada. Y bastante. 

Acampadas en Andalucía
Lo que nació como un movimiento pacífico y dinámico, con mucha ilusión y empeño, quedó pronto manchado por la violencia, a costa de una policía intentando desalojar plazas, de grupos de indignados que no eran indignados de verdad y se liaban a golpes, y de gente que mezcló sus ideas políticas más radicales con todo el meollo e intentó hacerlas prevalecer antes que el consenso para avanzar en el proyecto. 


Cargas policiales contra los indignados

Por otro lado, estos últimos meses hemos visto como en los países del norte de África y en el Oriente Próximo miles de rebeldes se han alzado también, en su caso contra sus gobernantes dictadores, exigiendo su marcha del poder. Estas rebeliones han tenido su premio de forma rápida y sin apenas violencia en algunos casos (Egipto, relativamente), han llegado a su conclusión mediante una terrible guerra civil de futuro aún incierto (Libia) o aún están bañadas en sangre (Siria).

Protestas en Siria

No me sorprende.

Poco a poco, se ha ido repitiendo la historia. 
A lo largo de los siglos cualquier acto “revolucionario” para intentar cambiar el funcionamiento de la sociedad empieza con buena intención, evoluciona con desconfianza, se mancilla con agresividad, unos no se creen lo que prometen los otros, otros solamente saben ver los errores de los primeros y no sus intentos positivos y la cosa va derivando, no en un cambio de sociedad global, sino en una revolución ideológica sostenida por una facción de esa sociedad.

La gente aguanta y aguanta pasivamente todo lo que le echan mientras no le afecte de forma directa, o hasta que logra ponerse en contacto con mucha más gente que piensa igual que ella. Y cuando las cosas están suficientemente graves como para afectar incluso a los que viven relativamente bien, entonces de golpe todo el mundo quiere soluciones, las quiere “ya” y no soporta ningún fallo, se harta de criticar a cualquiera que le parezca que se pasa de la raya o que no hace lo suficiente. 
El problema de esto es que para cambiar realmente un modelo de sociedad no basta con que un político tome “buenas medidas”. 
Primero porque no hay ningún político que sea capaz de contentar a todo el mundo ni de hacer milagros en pocos días. 
Segundo, porque en una situación de precariedad todo el mundo intenta mirarse el ombligo y olvidar a los demás, porque “ayudar a la gente” es algo que al parecer solo te puedes permitir cuando vives bien.  

De ahí que empiecen los “movimientos revolucionarios” de todos los que no tienen nada que perder y que “defienden a los pobres” (es decir, a sí mismos) con las medidas que haga falta. Cuando alguien intenta discutir los malos modos y la violencia, la excusa es perfecta: estamos en la miseria, los malos son los de arriba y nosotros solamente intentamos sobrevivir. Tenemos derecho a “liarla”. El problema es que entonces se legitiman malos actos con buenas razones. Y todo se va al garete.

Disturbios en Londres
Porque esta revolución ideológica poco a poco va perdiendo su ideología, que queda vacía, y simplemente es usada de bandera sin significado para justificar actos violentos que son simplemente producto reaccionario de otros actos violentos, simples venganzas e intolerancias escudadas en un supuesto “yo tengo razón porque soy pobre y tu eres el malo porque eres más rico que yo y no tienes derecho a criticar mi actitud porque harías lo mismo en mi lugar”. Frase que parece justa vista de forma superficial y que en realidad esconde una falsedad e intolerancia alarmante.

Por el camino se ha ido perdiendo toda la gente que creía de verdad en el cambio a mejor, toda la gente mejor preparada para afrontarlo de forma ideológica, más “sabia”, pero por desgracia poco “aguerrida” para soportar la presión del choque de mentalidades. Todos acaban siendo víctimas de sus propios errores, y la cosa puede llegar a acabar en catástrofe. Una catástrofe que dura hasta que el caos ya no se puede aguantar ni por los que lo empezaron, cuando todos ya están cansados y se modela, por PURA NECESIDAD DE SUPERVIVENCIA un “nuevo” sistema que no necesariamente es mejor que el anterior contra el cual se había empezado a luchar, pero que vuelve a poner las cosas “en su sitio”, alimentando otra vez las desigualdades para que tiempo después la cosa vuelva a empezar.

Gente buscando trabajo durante el Crack del 29
El ejemplo perfecto: la crisis del 1929 se parece bastante a la actual, y la gente de entonces logró salir de ella. Pese a las diferencias evidentes con la actual (era un sistema capitalista algo distinto del de ahora, y mucho más ingenuo porque creía que la economía de mercado se reajustaba sola), el crack del 29 no se terminó de la forma correcta, de la misma forma que no se está trabajando bien esta crisis actual. La Gran Depresión dio paso a “otro sistema nuevo”, que de nuevo no tenía nada, para salir de una situación insostenible, con lo cual, después de unas cuantas décadas, hemos tenido otras crisis, simplemente porque no se solucionaron los problemas de fondo y lo único que se consiguió fue restablecer el orden y la “normalidad”, pero no se destruyó el origen de tal crisis.

En definitiva, cuando la sociedad es incapaz de darse cuenta de lo que pasa y deja que la degradación social se haga insostenible, los más pobres de todos los afectados son los que normalmente llegan a la violencia, por pura desesperación i falta de cultura, empeorando muchísimo más la situación en lugar de arreglarla, alzándose en guerras de “pobres contra ricos” que por un lado tienen su parte de “justicia”, pero por otro lado no son más que la consecuencia de la frecuente ineptitud de la especie humana para solucionar sus propios problemas, y que de ningún modo ayudan a la verdadera curación de todo el sistema. 
Ninguna revolución violenta ha conducido a un mundo mejor, porque los muertos dejados por el camino manchan sin remedio todo el proceso y son semilla de nuevos enfrentamientos futuros.

Todo lo dicho hasta ahora no es solamente una teoría, sino que es un retrato de la “revolución” actual (o de lo que podría llegar a ser y esperemos que no se cumpla), y también es un retrato de TODAS las “revoluciones” históricas hasta hoy, la francesa del siglo XIX sin ir más lejos. Es así y siempre ha sido así.

Asamblea Nacional (1798), el inicio de la Revolución Francesa
Conflictos violentos durante la Revolución Francesa
La pregunta es:

¿Qué es lo que fracasa en todos estos intentos de mejorar el mundo?
¿Porque muchas revoluciones acaban mal?
¿Acaso no está bien rebelarse y luchar por un mundo mejor? 
 ¿Hemos de agachar la cabeza y dejar que nos pisoteen?
¿Dónde están los fallos de todo esto?

Lo que creo respecto a esto llegará en una tercera entrada de Indignados.

No hay comentarios: